Contagiar el entusiasmo, la mejor promoción de la lectura

| POR Susana Garduño
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La vocación literaria

Es un fenómeno muy misterioso. A partir de lo que uno lee, de pronto uno quiere también escribir, y casi copiar a los autores que a uno le entusiasman. Yo pienso que es muy frecuente en todas las personas. Yo aprendí así. O por lo menos me contagié así. Leyendo a Julio Verne, Salgari, Mark Twain. En mi relación también con el teatro, viendo teatro. Fueron ocaciones que yo consideraba naturales. Sin embargo, es muy distinto escribir... Como hacían los chamacos antes; yo no sé ahora... Escribían sus diarios, sus reflexiones, románticas o filosóficas, sobre lo que les iba pasando; pero de ahí hay un salto a profesionalizar la escritura. Cuando uno dice: "bueno, yo quiero convertirme en escritor; no quiero hacerlo como un simple desahogo o como un hobbie, sino para comunicar lo que esos autores que yo he leído me comunican a mí..." Entonces uno se lanza por esa aventura inmensa, enorme, por ese mar tormentoso de las letras.

La literatura

Me interesó siempre la literatura, la novela sobre todo. Yo deseaba escribir novelas, aunque primero escribí cuentos; pero la novela me pareció siempre el reto mayor. Fui descubriendo poco a poco que la literatura no solamente se concentra en tareas como escribir cuentos, novelas o propiamente literatura, sino que hay otros campos en que también aparece, como son el teatro, la televisión, la radio, el cine; en ellos el escritor también está presente. En realidad, no pensaba que uno se podría dedicar a eso. Me dediqué a estudiar ingeniería. Soy ingeniero. Hice una larga carrera de ingeniería. Me parecía que eso era lo que le permitiría a uno ganarse la vida. La literatura la dejaba, no como un hobbie, sino como una actividad secundaria. A la vez que estudiaba ingeniería, estudié también periodismo. Y entonces me contacté con las dos especialidades al mismo tiempo. Me interesaba el periodismo más por la escritura que el trabajo de reporteo. Me interesaba más escribir que hacer entrevistas o investigaciones periodísticas. Pero todo confluía siempre en la palabra escrita. Primero a mano, de chamaco. Después con máquina de escribir que no he abandonado. Yo no escribo con computadora. Tengo ahí una maquinita mecánica que me acompaña desde hace algunos años.

La profesión del escritor

De pronto uno siente que la literatura le da a la persona cierto falso resplandor de importancia, cuando a uno le va bien. Pero pienso que tan importante es el trabajo de un escritor -¡o mucho menos!- que el de un científico, un maestro u otras profesiones que no tienen de pronto ese resplandor que muchos buscan. Siendo que lo más importante es el ejercicio. Siempre digo que el libro es como una botella que se lanza al mar para ver quién la recoge. Y la comunicación con ese lector invisible, lejano, ignorado, es una comunicación mágica. Yo no sé qué efecto le puede causar a un lector mi libro. ¡No a los críticos! ¡No a los analistas de la literatura!, sino a esta persona que le puede conmover un libro, como me conmueven a mí los libros ajenos.

Su obra literaria

Con el tiempo, uno se va dando cuenta de que mucho de lo que uno escribió, para teatro, para narrativa o para cine, pues... ¡no sirve! Creo que si hubiera escrito la mitad de lo que he escrito, lo habría hecho mejor. De todas las novelas que he escrito, de Los albañiles para acá, me quedaría yo con la última, con La vida que se va , en la que retomé el género de la novela después de 10 u 11 años, porque me interesaba mucho. Me publican ahora unos cuentos en Club de lectores. El cuento es un género que yo aprecio muchísimo. Uno aprecia los géneros que más esfuerzo le han costado. Yo soy muy verborreico y, de pronto, escribir corto es más difícil que escribir largo. Y es que el cuento es un género que exige la compresión y la síntesis de un escritor.

Las letras mexicanas hoy

Me interesa mucho la literatura mexicana y dentro de ella los libros de los nuevos escritores, los que están surgiendo y a los que, de pronto, es muy difícil conocer.
Pienso que hay muchos y muy buenos nuevos escritores: Enrique Rentería, que caba de publicar en Tusqués; Cecilia Pérez Grovas y Victoria Brocca también publican en Club de Lectores. Hay voces nuevas, frescas, interesantes; no porque los escritores sean jóvenes o adolescentes, sino porque empiezan a incursionar en el mundo de la literatura y tienen muchos obstáculos para ser conocidos. Hay una multitud de nuevos escritores que no tienen la promoción, el ojo atento que merecerían. Escritores como Francisco Prieto, por ejemplo. Es un valiosísimo escritor, pero de pronto no tiene el eco o la valoración que se merece.

Convivir con la literatura

Lo que buscamos en los libros es que enriquezcan nuestra experiencia vital. Ese enriquecimiento de la experiencia vital lo ayuda a uno a vivir o a conocer mejor. Uno no puede conocer todo el mundo y los libros le permiten a uno viajar y aprender lo que es el ser humano. Eso también puede darlo el cine o el teatro, con menos esfuerzo por parte del lector.
La lectura siempre exige un esfuerzo de atención por parte del receptor. Pero cuando uno se convierte en un buen lector... Esas novelas largas que a mí me gustaba tanto leer le hacían vivir a uno, durante mucho tiempo, una aventura. No comerse una historia, como se la come uno en el cine, en hora y media o dos horas, y ya sale uno y dice: "ya viví una historia", sino que el compartir con los personajes más tiempo lo enriquece a uno más.

Su adaptación para el cine de El crimen del padre Amaro

A veces uno, sin quererlo o porque se está enfocado a temas cercanos a la problemática actual -eso me viene del periodismo- pues toca puntos que son débiles en la susceptibilidad de algunos sectores. En el teatro me pasó mucho más que en el cine. En el cine pocas veces me ha sucedido. En cambio, cuando se llevaron al teatro Los albañiles , una versión que yo había hecho de Los hijos de Sánchez, Pueblo rechazado o El juicio de León Toral, tuve amagos de la censura y problemas con las autoridades. Ellos decían: "¡De eso no se habla!" En ese sentido, la sociedad de antes era más cerrada que la de ahora. Lo que sucedió con El crimen del padre Amaro entra en esa corriente. En realidad ahí no hubo amagos de censura, sino una crítica. Desde que a mí me propusieron hacer la adaptación de la novela de Eça de Queiroz, que finalmente eso es el guión, una versión personal de la novela de Eça de Queiroz, yo sí pensaba que iba a herir susceptibilidades, pero no al grado en que las hirió y, además se hizo mucho ruido y eso favoreció mucho la exhibición de la película. No es eso lo que me gusta, sino que la película en sí sea importante, significativa, que funcione bien. No tanto el escándalo... Esos son siempre (factores) aleatorios.

Numero 8

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