De un jardín oscuro que crece a la sombra de dos altos edificios en las instalaciones de Radio Fórmula, la periodista y escritora Cristina Pachecho sale a toda prisa, pues ha tenido la amabilidad de abrir un espacio entre dos programas para atendernos y dar inicio a nuestra entrevista.
En el contexto del programa Hacia un País de Lectores, desde su percepción, ¿cómo se inserta el beneficio de llevar la letra impresa a los sectores más desprotegidos del país, a quienes en el medio periodístico y quizás en el literario, pocas personas conocen mejor que usted?
¡Y es una lástima, ojalá más personas los conocieran! Mientras más los conozco, más me hiere el desamparo de algunos sectores en este país. El proyecto de hacer de México un país de lectores, desde luego es muy loable, pero no basta con tener un proyecto. No basta con orientar la política cultural en ese sentido. Tiene que haber un contexto para crear un país de lectores. En primer lugar, ¿cuántos niños están familiarizados con los libros? ¿Cuántos niños han comenzado a aprender que la lectura es un placer, no un deber o una tarea escolar? ¿A cuántos niños se les ha dicho que la lectura es una de las más valiosas posibilidades de multiplicar la experiencia humana? ¿A cuántos niños se les ha dicho que si uno no lee, vive como en una jaula? En una jaula sin luz, sin sol, sin puerta de salida... es estar atrapado en una experiencia humana muy reducida. Además, la lectura nos da lecciones que nos ayudan a resolver los problemas que tenemos en la vida. Nos ayuda a viajar en el tiempo, a relacionarnos con el pasado y, desde luego, a fortalecer nuestra identidad y nuestro idioma. El idioma de una persona es más que las palabras que utiliza para nombrar lo que lo rodea o para expresar sus necesidades o sus deseos. Es el vínculo que nos ata a generaciones anteriores. Es un símbolo de unidad.
¿Es por eso que eligió la entrevista como género para desarrollar su tarea periodística?
La elegí instintivamente. La entrevista está íntimamente relacionada con la vida, con una experiencia inmediata. Una entrevista nos permite incursionar en mundos completamente desconocidos. Para empezar, en la vida de una persona. Sea cual sea su nivel intelectual o su lugar en la sociedad, es algo fascinante porque nunca nos podremos imaginar lo que hay en esa vida. Uno aprende de su mundo y aprende a valorar las cosas a través de ese encuentro. Quiero, a través de las entrevistas, que un artesano no se sienta ajeno a un gran artista plástico. Que el gran artista plástico entienda la maravilla de la artesanía. Que el físico se ponga en contacto con el bailarín y el bailarín con el matemático y éste con el ama de casa. Es el sueño de conocernos y comprendernos mejor.
¿Cómo describe su aproximación a la literatura?
¡Es la vida! ¡Es mi madre! Una narradora fabulosa de historias, de esas mujeres que cuentan naturalmente. Su pasión era contarnos nuestra propia vida o contarnos lo que se acordaba del rancho. ¡Y lo hacía con tanta sabiduría! Eso me acercó a querer conocer otras historias y a aprender a oír. Para hacer una entrevista hay que saber oír. Para saber escribir hay que saber oír.
¿Y cómo descubrió la letra impresa, los libros?
No fui una niña que tuviera libros en su casa, cosa que lamento muchísimo. Los libros llegaban a mi casa por accidente, por fortuna, ya que teníamos necesidades perentorias terribles: comer, calzar... Uno en esos medios pierde muy pronto la infancia ¡porque no hay tiempo para soñar! Entonces, no fui una niña de libros, llegaron a mi vida muy tardíamente y en completo desorden. Quizá gracias a mi hermano mayor, debo decirlo. Era un hombre muy inteligente, un hombre quizá desafortunado. Él fue médico porque en mi familia, como en muchas familias mexicanas de campesinos, tenía que haber o un sacerdote, o un abogado o un médico. A mí me angustia mucho pensar que a él lo que le interesaba era la arquitectura y la escritura, de lo que me enteré muy poquito después de que muriera trágicamente. Encontramos unos cuadernos y... me da mucha pena... pero a ese hombre le debo el acercamiento a los libros. Él procuraba ansiosamente llevarnos algún libro. Nos metía a la Alianza Francesa, por ejemplo. Realmente pienso que se escandalizaban un poco los estudiantes, y un poquito también los maestros, de ver las condiciones físicas en que íbamos. Pero ahí escuchamos hablar de Balzac, de Flaubert, oímos hablar de otro país, de otra ciudad... ¡Qué maravilla poder acudir a una institución así, gracias a mi hermano! ¡Y la gente del barrio se reía de que fuéramos a estudiar francés! Pero él era un hombre lleno de fantasías, lleno de sueños que nunca pudo realizar. ¡No sabe cómo me duele pensar en él! Pero lo recuerdo con mucho amor porque trató -yo sé que trató- de acercarnos a los libros. Y mi padre entendió también lo importante que era la lectura, porque mi hermano, que fue el primero en entrar a la Universidad, se lo decía. De modo que reordenó nuestra vida y nuestros conceptos. La vida era muy difícil, prefiero no describirla, pero ¡cuánto le agradezco que haya rescatado para nosotros un fragmento del Quijote de la Mancha que trajo no sé de dónde! Y para mí fue muy importante Selecciones. Un día encontré en la calle un ejemplar, todo sucio... ahí encontré una biografía de Mozart ¡y me fascinó enterarme de que era un niño genio! De los primeros libros que leí recuerdo que está el de Los Hermanos Karamazov, de Dostoievsky. Para una niña de 11 años ¡qué difícil! Pero nuestra vida se parecía tanto a eso, que lo entendíamos perfectamente. Era el agiotista, el amor, los celos... En mi casa, en la vecindad, todo eso se veía. Leer acerca de los Karamazov era como leer una página en la vida de cualquiera de las viviendas en las que estábamos.
La concepción literaria de Cristina Pacheco parece seguir una trayectoria elíptica que la lleva de la realidad a la letra impresa y, de ahí, de vuelta a esa dura realidad. Pero, la fantasía y la imaginación, ¿qué papel juegan en la formación de un ser humano?
A mí me alegra mucho que los niños actualmente tengan mucha información, que aprendan desde muy chicos a leer instrucciones y sepan cómo funcionan las máquinas; pero sin imaginación no se puede vivir. Y hay un aspecto muy negativo de la educación actual: al niño casi se le margina, se le presiona cuando sueña demasiado. Creo que sin imaginación no se puede hacer nada. La capacidad de imaginar nos permite ver las cosas amplificadas y bajo una luz distinta. Te permite buscar el camino, salirle al encuentro a los problemas. Y, a veces, a los niños no se les permite la ilusión de leer un cuento, pero es la imaginación la que nos hace libres.
Numero 6
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