En su despacho y, al ojear la revista de Club de Lectores, nos manifestó su gran interés en el proyecto El público, ¿a través de esta revista pide los libros? ¿Y yo los puedo pedir también? ¿Cualquiera de los que están aquí? ¿Aquí está la explicación? ¡Está bueno! ¿Eh? Fueron las primeras frases que reflejaban el profundo interés del doctor Héctor Aguilar Camín de saber cómo funciona el proyecto de Club de lectores. A mí me gusta mucho la idea de comprar libros por correo, pero los compro en Estados Unidos porque aquí no he podido. He tratado, pero no he podido. ¡Ah! ¿También tienen una página de Internet? ¿Y ahí me dan más información sobre los libros? Escrutando detenidamente la revista del Club, nos pedía más datos. ¿Y en cada ejemplar hay una oferta distinta de libros? Sí le confirmamos y, además de la entrevista, en la que siempre nos acercamos a la figura de un escritor mexicano, en la contraportada presentamos la biografía de alguno de los grandes autores de las letras nacionales. Entonces, el doctor Aguilar Camín nos comentó su admiración por la obra de Martín Luis Guzmán. ¡Ah, sí! Periodista como usted e historiador como usted. Un cronista extraordinario, y un gran novelista! Creo que no hay mejor novela de la Revolución que "La sombra del caudillo"... He tenido muchos trabajos "alimenticios". El periodismo ha sido uno de ellos; la historia fue otro. Para poder vivir he trabajado en cosas distintas a mi obsesión fundamental, que fue dese muy joven la literatura. Pero no podía vivir de lo que escribía. No he tenido la suerte o el talento suficientes para vivir de mis libros. Tuve que hacer otras cosas para poder escribir. He sido mi propio mecenas toda la vida. Todos los trabajos que tuve fueron instrumentales. Eran para para escribir literatura, pero también fueron pasiones adquiridas importantes para mí. La historia, el periodismo, la edición. Eran todos trabajos afines a la vocación de escritor, los trabajos con los que yo pagaba la tarea menos rentable de escribir literatura.
¿Entonces su obsesión fundamental siempre fue la literatura?
Desde muy joven tenía muy claro que quería escribir, pero no tenía claro "qué". Comencé a los dieciséis o diecisiete años a escribir novelas, cosas que yo creía que iban a ser inevitablemente novelas. Debo haber comenzado unas... quince o veinte novelas, entre los diecisiete y los veinticinco años. De todo eso quedaron algunos capítulos que publique en un libro de cuentos, ahora fuera de circulación, llamado La decadencia del dragón. Los cuentos de ese libro son el saldo de todos los intentos juveniles de escribir una novela. Nunca pasé de la escritura del primer o segundo capítulo. Y nunca con la posibilidad de darles unidad narrativa. Aprendí más tarde lo que es escribir un libro, en el sentido de planearlo y construirlo de principio a fin, como se construye una casa... Es una buena metáfora la construcción de una casa para hablar de còmo se escribe un libro. Uno debe escoger un terreno, después el tipo de casa y luego tiene que hacerla. Se puede acertar en la elección del terreno y en el diseño de la casa, pero si está mal la construcción probablemente no sirve. Si están mal los acabados probablemente la casa tampoco sirve. Un libro tiene que estar bien hecho en todas sus fases, como una casa. Puede uno construir un edificio, un castillo, una choza, una cabaña minimalista, pero hay que ser fiel al diseño elegido y eficaz en todas las fases de la construcciòn, de la obra negra a los terminados. Yo aprendí cómo se construía un libro en el sentido amplio de la palabra: escoger un tema, investigar sus materiales, ordenarlos, escribiendo un libro de historia, la única obra de historia que he escrito: La frontera nómada. Es el primer libro que hice con toda premeditación y en el que entendí de qué se trataban el diseño y la construcción de un libro. Luego volví a la literatura y escribí una primera novela, Morir en el Golfo, con todo ese aprendizaje acumulado sobre la ingeniería y el diseño de un libro. En Morir en el Golfo reuní el impulso literario, con mi otra gran experiencia alimenticia, que fue el periodismo.
Y, ¿continuó usted haciendo investigación histórica?
Dejé de hacer historia, porque no era mi afán principal y porque es un oficio más exigente que la ficción. Uno no puede inventar la historia. Uno tiene que construir lo que salga de los retazos o pequeñas piezas que va encontrando en los archivos. Los archivos son muy generosos y muy avaros al mismo tiempo. Dan muchas cosas, pero no todas. Hay que trabajar con muchas lagunas. Eso es muy frustrante para alguien como yo, que lo que quiere es contar una historia completa con todos sus detalles. "Hay algo en la materia misma de los archivos que los hace fascinantes: se van descubriendo interminablemente historias que no están documentadas. El archivo puede ser un gran remolino en donde uno se pierde para siempre, se llena las alforjas de toda clase de riquezas, pero no hay cómo ponerlas juntas para volverlas un relato coherente. Padecí mucho eso, sentí mucha frustración de no poder continuar con libertad grandes historias que recogía en los archivos estudiando la Revolución mexicana en Sonora y a los jefes sonorenses de la Revolución. Algunos acontecimientos que no pude terminar de armar para narrarlos en la obra histórica los completé ejerciendo mi libertad de imaginar en la literatura y en la novela. "Por ejemplo, encontré en un telegrama de 1912, en Sonora, la última mención de un vaquero llamado Rosario García, un insurrecto. Era del distrito de Sahuaripa. Había ido y venido. Había sido primero maderista y luego se había rebelado contra Madero. Terminó siendo un forajido.Nunca supe en qué había terminado la vida de Rosario García, un personaje que me interesaba mucho, porque aparecía continuamente, yendo y viniendo a caballo por distintas partidas, con distintas causas. Yo tenía la certidumbre de que a él lo que le gustaba, no eran la Revolución o las causas, sino andar... ¡levantado en armas! Nunca encontré el final de la historia de Rosario García. ¡Pero lo inventé! En una digresión de La Guerra de Galio, aparece un personaje muy parecido a Rosario García, que después de haberse levantado contra todas las causas y a favor de todas las causas , llega un día a un pueblo semidesierto del distrito de Sahuaripa, montado en un burro, lleno de andrajos y dándole órdenes de marcha a un ejército imaginario.
Verónica Ortiz nos dijo que, a su parecer, debemos novelar la historia para mantenerla viva y hacerla llegar a más gente. ¿Cree usted que deba usarse la literatura para divulgar o mantener viva a la historia?
Creo que no hay gran historia donde no hay un gran escritor. Pero me parece que los instrumentos del historiador son cualitativamente distintos de los del novelista. El historiador ofrece una recuperación de cosas que han sucedido a personas intangibles, porque ya no están ante nosotros, pero reales, porque han dejado vestigios específicos de su paso por este mundo. La ética que debe de regir al historiador es la de la fidelidad a los hechos que ha podido investigar. El novelista construye mundos imaginarios que compiten en verosimilitud con la realidad. Como son construcciones imaginarias, pueden tocar con libertad zonas a las que el historiador difícilmente va a llegar. Un novelista puede y debe, cuando es bueno mostrar, con una claridad que nunca existe en la vida real, qué siente un personaje, qué piensa, qué lo mueve. Un historiador está siempre enfrentado a la opacidad fundamental de la intimidad de los personajes que retrata. "Entonces, la historia y la novela, son dos cosas distintas. Y hay esta paradoja: digo que la literatura es más libre porque está regida por la imaginación y la historia más prudente, porque está regida por los hechos. Pero la verdad es que la historia es una señora mucho más loca y más fantasiosa que ninguna literatura. La increíble variedad de personajes de que ha sido capaz la historia es, en el fondo, inaceptable en una obra literaria. Porque la obra literaria tiene que responder a criterios de credibilidad, de verosimilitud. Y eso implica un manejo muy cuidadoso del lenguaje y de la imaginación. El novelista tiene que hacer creer al que lee que su mundo es cierto, que expresa una realidad humana profunda, compartible. El historiador no necesita convencer al lector de que eso que le está diciendo es verdad. Le basta investigar bien el más descabellado de los hechos, para que este hecho sea aceptable para el lector. Ningún novelista podría hacer verosímiles a algunos de los grandes personajes de la historia universal. Nadie podría creerle a un novelista la historia de Cristo, o de Napoleón, o de Stalin. Son locuras de la historia que están mucho más allá de la verosimilitud que es posible incorporar en una novela."
Entonces... ¿será más feliz el escritor de ficción que el historiador?
El escritor de ficción es más libre en términos de la elección de sus materiales, pero es más esclavo en términos del rigor de su arte. Un historiador puede construir un libro fascinante haciendo el suficiente trabajo de recuperación de la realidad. Casi cualquier realidad, vista en detalle, es fascinante. Por ejemplo, Francisco Villa es un hombre que, en febrero de 1913 entra en Chihuahua, viniendo del otro lado, de El Paso, con 50 jinetes mal armados... En junio del mismo año, tiene tras de sí 5 mil hombres. ¿Cómo se hace eso? La narración de eso es un épica. Si alguien puede reconstruir cómo hizo Francisco Villa para lograr eso, no necesita más. Una vez que tienes los hechos reconstruidos e investigados, el trabajo de escribirlos es muy importante, pero estás descansando en un piso muy sólido de acontecimientos. No importa mucho si los hechos son desmesurados, increíbles, inverosímiles. No importa, : son. Y su ser consiste en ser verdad, en que no los estás inventando. "En cambio, si quieres escribir una novela, debes tener mucho cuidado con la elección de los ingredientes que van a estar ahí, de los personajes, de cómo se combinan unos con otros y cuál es el efecto final que esa fabricación imaginaria hace en el lector. Porque si el lector no siente eso como un pedazo de la verdad del mundo, como algo verosímil, como algo que puede compartir y en lo que puede creer, a sabiendas de que es ficción, entonces, el lector no va a ir muy lejos en su lectura.."
Y, ¿qué sucede en Morir en el Golfo y La conspiración de la fortuna? ¿Tienen algo de historia en el fondo?
No en el sentido de una investigación histórica. Sí en el sentido de que quieren ser escenarios en donde se reflejan algunas cuestiones esenciales de la vida pública y de la vida íntima de la vida pública del país. Busqué la verosimilitud realista de esas novelas de manera que el lector pudiera sentir cierta familiaridad con el mundo que les rodeaba en el momento de leer la novela. Abría ventanas realistas para poder construir mi casa imaginaria. La verdad es que estas "ventanas" que abría, confundieron bastante a los lectores. Los hizo leer esos libros sobre todo Morir en el Golfo y La guerra de Galio de un modo un tanto simple. Andaban tratando de adivinar quién era quién, a qué personajes reales correspondìan los personajes de la novela. La verdad es que no hay una correspondencia efectiva. "Quizás ahora, cuando ya nadie recuerda los supuestos personajes de la vida polìtica o periodística de la época que estaban entonces vigentes, puedan leerse esas novelas con un poco más de claridad respecto de la coherencia interna de esos personajes y su sentido como representantes deunmundoqueesynoeselqueestabaenlos periódicos hace veinte años, cuando escribí Morir en el Golfo, o hace quince, cuando escribì La guerra de Galio. Ahora que voy a editar otra vez esas obras, las estoy releyendo para corregir errores tipográficos que tienen siempre las novelas. Yo mismo me sorprendí de lo poco que recordaba de las historias que están puestas ahí, lo poco que me decían de entorno de vida pública a que aluden y en el que habían nacido. Creo que entre más tiempo pasa y más lejano es el entorno que parece haber en esas novelas, se dejan leer mejor, con menos estorbos."
¿Le incomoda a usted que esté sucediendo algo semejante con La conspiración de la fortuna"?
No, de ninguna manera, yo no me quejo. Lo único que digo es que se establece una lectura equivocada, en la cual el lector quiere encontrar en la novela una cosa que realmente no está en la novela, sino en los periódicos Voy a poner el ejemplo de Morir en el Golfo. Mucha gente me ha dicho a lo largo de los años que es un extraordinario retrato del mundo sindical petrolero. Bueno, eso es imposible. Porque yo... no conozco el sindicato petrolero, nunca he tenido con él una cercanía mínima, no he tratado a ninguno de sus líderes, no he acudido a ninguna sede sindical, no he estado en ninguna asamblea, no sé absolutamente nada del mundo sindical petrolero. Lo que hice fue tomar las crónicas de amigos míos que habían ido a ese mundo y habían escrito muy buenas crónicas. Con eso y con lo que había visto en campañas políticas presidenciales, armé un ambiente de clientelismo y de vida sindical-corporativa, en busca de verosimilitud, pero con absoluta libertad imaginativa. Traté de ser persuasivo, no documental. Cada vez que alguien me dice que en el libro hay una gran descripción del sindicalismo petrolero, dentro de mí, digo: "Otro que no sabe nada de ese mundo y le parece que digo la verdad". Los que conocen ese mundo, saben perfectamente que eso ahí retratado, tiene muy poco que ver con la realidad'. "Tengo una anécdota buena al respecto, con una cocinera de un hombre al que quise mucho, un senador en la época de Adolfo López Mateos: Manuel Moreno Sánchez, hombre muy respetable y muy sabio. Hacía comidas en su rancho Los barandales. Y un día, cuando acababa de salir la novela, me dijo que su cocinera, llamada Fidelia o Fidencia, quería hablar conmigo porque había leído el libro y tenía unos comentarios que hacerme. Me sorprendió, pero fui a la cocina y me encontré ahí a esta mujer que era de Chicontepec, un lugar central en la trama de Morir en el golfo, que yo describo con lujo de detalles: el río, los barrios indígenas, la plaza de armas. Me dice: -Oiga, usted no es de Chicontepec, ¿verdá? No, no, para nada -Y creo que nunca ha estado por allá, ¿no? No, efectivamente, nunca he estado. -¡Ah! me dice, porque a mí me sorprendió esto de que usté dice que el río Calabozo pasa ahí junto a Chicón... ¡y pasa lejísimos! Y usté dice que por ahí está una ciénaga y no, por ahí no está eso. Y usté describe un pueblo de Chicontepec en donde hay unos barrios indígenas... y ahí no hay barrios indígenas. 'Tonces, pues yo no sabía de dónde se lo había sacado usté, pero ya que me dice que no 'stuvo ahí pus ya se me quita la tentación, ¿eh? Porque la verdá no importa mucho, no importa nada de eso, que no existan esos barrios y eso.... la verdá es que la historia está muy entretenida. "Ésa era una mujer qué sí sabía lo que estaba diciendo."
Y digamos... ¿ésa es la misión que se pone ante sí cuando usted comienza un libro? ¿Divertir, entretener?
Quiero que los lectores se metan en el libro y puedan, aunque sea por un momento, por unas pocas horas, por el tiempo que sea, compartir eso que yo inventé. Ojalá, también, que conserven una memoria de ese espacio al que han entrado; ojalá, además, que su lectura hiciera un impacto profundo en su ánimo, hasta volverse una experiencia personal tan intensa como la que se obtiene de la realidad. Y ojalá, finalmente, que les cambiara la vida, que les hiciera sentir de otra manera las cosas o por lo menos, sentirse de otra manera mientras leen. Yo quisiera que el libro fuera un puente hospitalario para que alguien pudiera compartir el mundo inventado por otro y enriqueciera con eso , indeleblemente, su propio mundo. Todo lector que se haya abismado en una novela alguna vez, sabe lo que estoy diciendo.
Numero 21
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