Sigo confiando en el libro

| POR Susana Garduño
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Para llegar a la sala de estar de Carlos Monsiváis, primero debe uno conocer personalmente a varios gatos. Avispados, deambulando sensuales, o esponjándose al sol; nos acompañan por el sendero de ladrillos colorados que habrá de llevarnos a la presencia de este mago del lenguaje. Pero, a diferencia del mago de aquél cuento, su presencia se fue haciendo cada vez más grande a medida que hablaba con Club de Lectores y nos daba testimonio del estado actual de cosas en el cerebro, el corazón y el valor de la sociedad mexicana.

Dicen que usted ha reinventado la crónica, ¿esa era su intención?

Tengo una noción muy leve o azarosa del significado de mi trabajo, y no busco ahondarla. Creo que se cumple el trabajo lo mejor que se puede y ya lo otro, las definiciones o descripciones quedan a cargo de los probables o improbables lectores. Una definición de mi trabajo no la podría hacer.

¿Goza usted de su trabajo?

La primera versión siempre me parece calamitosa. Intento salir de ella lo más pronto posible con una segunda versión que ya me aproxime más a lo que puedo considerar la escritura. Pero lo primero es muy tenso. Siempre hay una primera página que está hecha de tachaduras, enmiendas, despropósitos, confusiones, disparates, autocríticas y ya... las siguientes versiones, si bien no elevan el trabajo a la altura exigible, me van desanimando menos. Y hay momentos, sí, en que la escritura tiene un vértigo especial, al cual tiene uno que someterse y seguir, sabiendo que de cualquier manera, todos los excesos y los falsos hallazgos tienen que someterse al tamiz.
Siento que ningún escritor que de veras se proponga serlo puede dejar de ser un reescritor, de estar sometido al trabajo de la autocrítica.

En El Nuevo Catecismo para Indios Remisos, hay un personaje, San Ubicuo, que... ¿quizá se parece mucho a Carlos Monsiváis?

Es la única autoparodia que me he permitido. Aproveché los chistes que mis amigos hacían sobre mí, para divertirme un poco a costa de mí mismo, lo que me parece válido. Pero yo pensé que nadie lo había percibido.

¿Cómo? Pero si es tan evidente que el Maestro Monsiváis es San Ubicuo, porque usted ha sido así: ubicuo.

Pues no sé si ubicuo, pero esa era la fama que me querían endilgar y entonces, supuse que no porque fuese yo un personaje, sino porque en algún momento tenía que tomarme como referencia para divertirme. Urdí la fábula de alguien que busca estar en todas partes y no consigue nicho.

En No sin nosotros, se refiere usted al nacimiento de la sociedad civil y a que no tenía lugar teórico en ese momento. Más adelante en Rituales del caos usted continúa hablando de la evolución de una sociedad más bien desorganizada. ¿Cómo percibe ahora nuestra sociedad?

Bueno, lo que se ha querido ver este año y muy claramente, es la división entre la normalidad y la anarquía. Pienso que lo que se ha caracterizado como "normalidad" en este momento ha revelado sus fisuras, sus abismos, su injusticia, su cadena de opresiones y que la anarquía, en parte efectivamente lo es, con todos los desastres a que da lugar la ausencia de ley en todos lados. Y la sobrepresencia de la impunidad. Pero también hay elementos de vitalidad de regocijo, de libertad, de decisión y de búsqueda de justicia social en lo que se llama la anarquía.
Entonces pienso que estamos obligados a un replanteamiento a fondo. No es posible aceptar que por "normalidad" se entienda la acumulación de la riqueza como lo necesario o lo procedente en una sociedad tan compuesta de pobres y miserables; o que por "normalidad" se entienda que, quien compra la justicia, es "el legal".
Mientras que por "anarquía", se entiende la protesta ante decisiones injustas, ante la continuidad de atropellos y de actos bárbaros y de ecocidios.
Entonces creo que lo que planteé en No sin nosotros ahora tendría que verse de una manera distinta, porque ciertamente la "normalidad" que hemos vivido ya es profundamente anormal.
Muchas de las instituciones se han derrumbado o han exhibido el hecho paté- tico de que estaban ahí simplemente para ser instrumentos de las oligarquías.
Y mucha de la vitalidad que ha sido estigmatizada como subversión, -estoy pensando siempre en lo pacífico, ¿no? No me refiero a situaciones de violencia- mucho de lo anárquico actúa con profunda responsabilidad. Lo hemos visto en el caso de las organizaciones de la sociedad civil, de muchas ONGs.
Entonces, ahora me pronuncio, como tantos otros, por redefinir qué es "normalidad", porque eso que hemos vivido es profundamente anormal.

En una de las crónicas de su libro Amor perdido, llamada alto contraste, habla usted de un segmento de la sociedad mexicana que se ha autodenominado "Alta sociedad" dado un inmenso vacío de poder. ¿Esto sigue pareciéndole vigente?

Lo del vacío de poder no sólo es vigente, sino evidente. Pero no de poder en el sentido de que no haya quien lo ejerza, sino de que no haya quien lo ejerza responsablemente. Aquí la palabra tiene muchísimo sentido: poder las ejercen el porque son circunstancias mismas de las estructuras de poder. Pero no lo han ejercido responsablemente desde hace demasiado tiempo, o desde el tiempo de vida de la actual generación. Creo que si vemos lo que está pasando en varios Estados, vemos el horror inmenso del narcotráfico, vemos lo que significa ese vacío de poder en tanto que actitud responsable, frente a los problemas sociales, culturales, económicos y políticos. "Vacío de poder" cuando se pueden talar los bosques, envenenar los ríos, exterminar las especies y no pasa nada. ¡Nada!
Siempre hay un juez que falla a favor, o hay un gobernador que sale garante, o hay personajes como ciertos gobernadores o ciertos líderes políticos, etc., cuya complicidad con algunos empresarios es más que evidente.
Ahora estoy hablando de casos aislados, pero el conjunto habla de un vacío de poder en tanto ejercicio responsable del servicio público. Se sirven a sí mismos y a sus socios y cómplices, pero no están sirviendo a la comunidad y esto afecta a todos los órdenes.
El dinero inmenso, estúpidamente gastado en las campañas electorales que debió emplearse para fomentar la lectura o para darle a las escuelas habilitación tecnológica. Estamos hablando de la educación como uno de los más graves problemas del país y se está hablando tanto de la catástrofe educativa... ¿por qué no acudir en defensa de esos sistemas con los recursos que se han dilapidado en la cuestión electoral?
Recientemente leí que el Instituto Federal Electoral, gastó más en promoverse que lo que se gastó en la campaña. Eso simplemente me parece una injuria.
¿Qué pasa con la informática en las escuelas, hay computadoras en las secundarias? ¿Qué está sucediendo con algo que ya es imprescindible en la globalización? ¿Qué está sucediendo con la tele-secundaria que han declarado como zona de abandono, y eso apenas este año, no me estoy yendo muy atrás? ¿Cómo han funcionado los clubes de lectura?
Me parece muy importante que todas estas iniciativas prosperen, pero tienen que prosperar con apoyo económico, pero eso significa ya olvidarse de tantas exacciones y sangrías presupuestales que sí nos afectan.
No puedo admitir como ciudadano -que es como lo que estoy hablando con usted ahora-, que el 70 ó 75 por ciento del dinero dedicado a las elecciones se haya dilapidado en los comerciales de televisión. Existiendo tantos problemas en las escuelas primarias y secundarias y la necesidad de fortalecer los planes y proyectos de lectura con bibliotecas, me parece que en la etapa tecnológica en la que estamos con todas las posibilidad de las redes de bibliotecas gracias a la informática, seguir pensando que basta tener dos estantes en un pueblo o cien estantes en una ciudad grande, para llamar a eso sistema de bibliotecas... ¡ya no! Y no concibo un instrumento tan capaz de articular el pensamiento social y el lenguaje social, como el libro. Sigo confiando en el libro y por eso sigo creyendo que los recursos de una sociedad están mejor empleados si se dedican a fomentar la lectura y no a fomentar el desperdicio, la mercadotecnia y la mercadología que es el nimbo de los poderosos.

¿Cómo ve la evolución de la cultura popular?

La cultura popular que hemos conocido ya terminó. Lo que vemos ahora es una cultura de masas que genera productos cada vez más limitados y perecederos. Una de las características que interpreta la cultura popular es el espíritu comunitario.
He visto que la cultura popular se ha desplazado a formas de la sociedad y la política. Creo que hay cultura popular como técnica o como formas de expresar las renovaciones de una sociedad en el Internet.
No lo veo tanto en los reality shows que son la potenciación o la magnificación del chisme y la idea de que saberlo todo del vecino es entender al vecino. La idea de que espiar conductas es verificar esencias.
Pero en este duelo del Internet por las cuestiones políticas, en este afán de comunicar lo que se cree, hay nuevas formas de la cultura popular. No productos individualizables, pero sí técnicas. Creo que la cultura popular, en tanto que manifestación colectiva de un lenguaje se está desplazando al Internet, y cada vez más poderosamente.
Y los nuevos personajes, no están surgiendo en la televisión, sino en el cine, como es el caso de Gael García Bernal en Amores Perros o la pareja de Gael García Bernal y Diego Luna en Y tu mamá también. O están surgiendo, aunque no muy precisamente definidos, pero sí situados como actitudes, en las organizaciones sociales, en la defensa de los derechos humanos, por ejemplo, ningún personaje ha surgido en estos años, con la fuerza de Lidya Cacho en su denuncia de una serie de hechos delictivos que a todos nos hieren y nos afligen.
Y también, por desgracia, -aquí sí es la parte negativa- cultura popular es el saldo trágico diario del narcotráfico. No sólo por los narco-corridos, que podrían ser un comentario, una relatoría de esta monstruosidad, sino porque la cultura popular también tiene que ver con las zonas en las que una sociedad se desintegra. Y en ningún espacio la sociedad se desintegra con la violencia y la tragedia del narcotráfico.
Tengo que decir que una imagen que me ha estremecido, una foto, es la de las cinco cabezas que arrojan en un antro de Uruapan por una querella del narcotráfico.

Ahí veo que uno tiene que aceptar que el pueblo -porque aquí hay expresiones del pueblo, en tanto que origen de clase, vida comunitaria, etc. - también ha sufrido las devastaciones de esta degradación multitudinaria que padecemos. Situar esto y hacer la crítica es como obligación de los escritores, recrearlo, darle vida literaria. Hay que resistir.
En una sociedad que evidentemente ya alcanzó el punto de creencia en su normalidad y que ahora vive asomada a todas las formas de dispersión o de fragmentación o de trituramiento, es preciso darle a la cultura el papel de intérprete.
Y ahí es donde yo veo que la ausencia de la lectura tiene que ver también con la facilidad para esa degradación de la vida popular, de la cultura popular, de la vida social, de la vida empresarial, de la vida de la burguesía. Porque no hay sector que se escape de esta degradación.
En cambio -y aquí vuelvo a mi punto- la movilidad cultural sí está resultando uno de los escasos aspectos positivos del momento y una de las escasas zonas de liberación o de libertad.
No hay movilidad social. ¡Se acabó! Estamos viendo ya una petrificación de la posibilidad de cambiar de status. La movilidad espacial consiste en la migración hacia Estados Unidos. Porque la movilidad social auspiciaba una movilidad espacial que ya no se da, y en cambio, la movilidad cultural ahí está. Jóvenes que no tienen prácticamente recursos, tienen acceso a la música clásica, tienen acceso a los escritores, desde García Márquez a Borges, desde Paul Auster a Juan Rulfo, tienen acceso a Mozart y a la ópera, tienen las posibilidades que, en general, sus recursos económicos, en otros aspectos no les brindan.
Por eso yo insisto ahora en que la lectura sigue siendo la gran zona de movilidad cultural que la sociedad dispone. Y que no ver en la lectura ese instrumento que le da a uno la articulación personal, la comprensión más cabal de lo que se vive y de dónde se vive, la posibilidad de desplazarse de una manera espiritual, no ver eso, es no ver hasta qué punto sí tenemos todavía salida. Localizo mucho de la esperanza posible, concebible y necesaria, en la movilidad de la cultural y vuelvo una y otra vez a los libros.

¿Usted no ve esa dicotomía libros vs. Internet?

No, yo creo que uno puede darse y puede localizar el tiempo necesario para atender a la modernización tecnológica que también es movilización cultural, para cumplir con su deber ciudadano y para divertirse, tener vida familiar, vida de relación. Desde luego sí implica una distribución más exigente de los horarios. Con la antigua teoría de la holganza ya no se va a ningún lado.

¿El Internet tiene un valor formativo?

No sustituye una formación literaria y cultural. No puede sustituirla. Es un gran instrumento de ubicación, de emplazamiento múltiple, de acceso diario a la globalidad. Pero no da lo que puede dar una formación académica (que también sin el Internet ya no se concibe). Y no da lo que puede dar una lectura dirigida, sistemática, de algún modo programada por las exigencias de cultivo. Pero lo que sí da es la sensación de -aquí sí ubicua- de no perderse una vida que está ya por tantos lados y que se desarrolla de tantas maneras que uno normalmente sólo puede atender una parte.
El Internet amplía nuestra posibilidad de incursionar en muchos otros aspectos de la realidad. Siempre y cuando no lo consideremos en sí el instrumento formativo, sino un gran complemento informativo que es también una manera de adecuar las formaciones más estrictas a la realidad de todos los días.

¿Se adivina quizá algo de lirismo en su crítica, algo de poesía en su sarcasmo? ¿Qué papel le daría a la poesía en su obra?

Sin decir que la ejerzo -porque esa sí que es una pretensión muy alta- yo no considero que nadie que escriba pueda prescindir de la poesía. A mí me hubiese gustado ser poeta, desde luego, pero no lamento no serlo, porque ejerzo responsablemente la poesía cada vez que la leo. Y como leo todo el tiempo poesía, pues, soy poeta vicario o poeta por delegación de poderes, como se quiera llamar.
Don Alfonso Reyes hace 50 años nos dijo a José Emilio Pacheco y a mí, que no puede amar la poesía aquél que no la sepa. Que hay una relación entre memoria y vivencia poética. No la obligación de saberse toda la poesía, pero sí de tener el recuerdo suficiente de poetas o de poemas, como para que uno, en algún momento, aclare o ilumine una circunstancia a través de algún verso o de un poema. Lo dice muy bien, Carlos Pellicer en una línea: En tu ausencia de hoy perdí algún reino... cuando recuerdo esa línea, la ubico en una situación personal, me conmuevo. Y me pasa con muchos poetas.
Pienso que la poesía le enseña a uno el sentido del ritmo del idioma, lo comunica con las profundidades y las exaltaciones del lenguaje, que es lo más elevado de la vida cultural, en cierto sentido, no es que menosprecie a la música o a las artes plásticas en modo alguno, y que la poesía le hace a uno conciente del poderío de la imagen y de la imposibilidad de vivir sin imágenes.
La metáfora tiene un sentido definitivo en la vida de todos, y en una realidad cada vez más despoblada del sistema metafórico, como la que estamos viviendo, hemos visto transcripciones de diálogos entre políticos y empresarios donde no hay una sola metáfora, una sola, ¡la que sea! Eso me parece inconcebible, que alguien pueda vivir así. Porque quiere decir que ya se ha desliteratulizado a tal punto, que el lenguaje sólo es un accidente, una ruta de paso, un motel casi podríamos decir. Y cuando uno lee, por ejemplo el principio de un soneto de José Lezama Lima a la Virgen María, donde dice: paridora de Dios. Ahí uno dice de pronto ¡Esto es otra cosa! O para volver a Pellicer, cuando dice: Vuelvo a ti soledad, agua vacía, agua de mis imágenes, tan muerta, nube de mis palabras tan desierta, noche de la indecible poesía...
La idea de la soledad como agua vacía, es decir, agua sin agua, como el despoblamiento de esa liquidez que es uno mismo, es tan poderosa, que uno tarda en asimilarla. Pero si la lleva en la memoria se le convierte en un estímulo, para sentir el lenguaje también es una residencia, bueno, eso está en Heidegger y en muchos otros, la idea de habitar el lenguaje, como una casa.
Pero siento profun- damente que si yo no leyera poesía, terminaría hablando sin metáforas y convirtiendo a La Chingada en mi referencia idiomática fundamental.

Numero 18

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