-¿Está la maestra Silvia Molina? -preguntamos a través del enrejado de metal a una señora que, afanosa, trabajaba en la puerta. Entonces, La Morita salió a recibirnos con toda la faramalla de un cachorro de pastor alemán de tres meses que aún no sabe si defender la casa o darnos la bienvenida. -Sí, sí está -nos dijo un hombre de mirada sonriente que acudía a abrirnos. -¡Morita, estate quieta! -le dijo a la cachorra que todavía no decidía qué hacer respecto a nosotros. Cruzamos la reja y el patio entre los ladridos de Morita y las disculpas del amable hombre que nos dio paso a la casa. Adentro es un lugar lleno de cosas suaves: cojines afelpados y mullidos sillones. Al fondo, la vista descansa en el jardín verde esmeralda, con un pasto que también parece de felpa. Con gesto dulce y suave, la maestra Silvia Molina salió a nuestro encuentro y en unos minutos estaba hablando con Club de Lectores de su excepcional carrera en las letras.
El descubrimiento de su vocación
Me di cuenta cuando intenté escribir mi primer libro. Se me hizo muy fácil escribir un libro, contando mi propia historia, después de leer una obra que me había impactado mucho, de José Agustín. En la época en que lo leí, estaba terminando la preparatoria y los libros que nosotros leíamos no eran adecuados para nuestra edad. A mí, la obra de José Agustín me gustó porque el lenguaje era muy fresco, porque era un libro irreverente, me hablaba de mi ciudad y me vi retratada en ese libro y vi el retrato de mis hermanos; y como parecía que José Agustín escribía como se hablaba, entonces se me hizo muy fácil escribir mi primera novela -agrega con una sonrisa-, que rompí años más tarde cuando me di cuenta de lo que era escribir.
Sus inicios como escritora
Fui una estudiante tardía porque salí muchas veces a vivir fuera de México, por lo cual prolongué mucho la preparatoria. Pero haber vivido en tantos países me dio mucha libertad para desenvolverme porque estaba acostumbrada a desempeñarme como una muchacha sola en un país extranjero. Los viajes también me alimentaron como autora. Tenía unos 18 años cuando comencé a escribir. Por otra parte, fui muy mala lectora. Empecé a leer en la preparatoria. Pero soy un caso especial, porque soy disléxica, así que aprendí a leer muy tarde. Mis lecturas eran muy pobres, eran muy pocas, no me gustaba leer. Y además, las lecturas que me daban en la escuela no eran propias para mi edad. Me formé como escritora en un taller donde daban clases Elena Poniatowska y Hugo Hiriart... por una parte, la disciplina con Elena y por otro lado, quien sí me enseñó definitivamente a escribir fue Hugo Hiriart. Él me enseñó a reflexionar y me decía: "Escribir es poner en orden... tienes que elegir las palabras", y me decía cómo hacerlo. Me enseñó cuál era en la práctica el oficio del escritor. Y aprendí que era más bien quitar que poner. La escritura consiste más en reformar componer y en poner en orden lo que uno hizo como una primera versión.
Quiero ser la que seré
Obtuve el premio Leer es Vivir que otorga la editorial Everest en España con ese cuento. Cuando me dieron la convocatoria no me interesó en ese momento, pero poco después, me quedé reflexionando sobre el título del premio. Pensé que cuando aprendí a leer, realmente aprendí a vivir, para mí la vida se divide en antes y después de leer, porque yo entré a primero de secundaria y era desastroso, una falta de seguridad absoluta. Estuve en un colegio de mujeres y me sentía igual que muchas de mis compañeras e incluso había cosas que hacía mejor que ellas, pero no aprendí a leer. Cuando vi el título del premio reflexioné, porque eso es cierto, cuando aprendes a leer, aprendes a vivir. Y pensé, si yo pudiera contar mi experiencia, mandaría ese cuento. Esa noche empecé a pensar sobre qué podría escribir y me propuse como un reto contar una historia sin nombrar la palabra dislexia y fue lo que hice, en el cuento nunca aparece la palabra dislexia como un justificante. Conté la historia de una niña que va a la escuela y sufre esta discapacidad, no entiende por qué no sabe leer como el resto de sus compañeros. Tiene la suerte de contar con una familia que la comprende -ése no fue mi caso, porque en mi casa todos me querían ayudar, como la familia de mi personaje, pero no sabían cómo hacerlo. En esa época nadie sabía realmente cómo ayudarme. Nada más hacían que yo me fatigara más y yo terminaba llorando. La tarea era tema de llanto todos los días. No entendían por qué en lugar de "el" yo leía "le". Mi personaje tiene un medio familiar favorable que cuenta mucho para el desarrollo de esa pequeña niña.
La superación de la dislexia
Entré a primero de secundaria sin saber leer. El primer día de clases de español, entró la maestra y me señaló. -¡Tú! Empiezas a leer Platero y yo, en la página 7. Traté de fingir que no me hablaba a mí, sino a la muchacha de atrás. Pero me volvió a decir: -¡Tú! ¿Qué no entiendes? Empieza a leer en lo que acomodo mis cosas. Era una maestra española que amaba la literatura y además era la maestra de teatro. Cuando empecé a leer me regañó de un modo horrible. -¿Qué haces aquí? ¡Te vas a primero de primaria! ¿Cómo has pasado de año si nunca has sabido leer? Y lo que había pasado fue que tuve un hermano muy generoso quien se dio cuenta de que nunca iba a aprender a leer y se ocupó de hacer que yo me aprendiera de memoria todo lo que enseñaban en la escuela, porque pensó que de otra manera yo no iba a tener ningún futuro. Él revisaba mis apuntes que eran difíciles de descifrar incluso para él y después sacaba los libros y hacía que me aprendiera de memoria cada clase. Con eso, a la hora del examen, yo más o menos reconocía lo que sabía de memoria en los exámenes de opción múltiple. Fui pasando de año. Sin ninguna buena calificación o promedio, pero así terminé la primaria. Mis maestros no me tomaban mucho en cuenta, más bien, no me tomaban en cuenta. Me reprobaron en segundo año, como al personaje de mi novelita. Eso para mí fue durísimo, porque perdí a mi mejor amiga quien sí pasó de año. Y además, fue la primera vez que me sentí realmente distinta. Pensaba: ¿qué tengo yo que todas mis compañeras pasan de año y yo no puedo pasar? La maestra de español de primero de secundaria, que se apellidaba Soriano, me dijo: "Yo te voy a enseñar a leer". Ella tenía un carácter muy firme y era muy directa y brusca. Al principio me asustaba mucho. Cuando había que alegrarse yo trataba de interpretar lo que leía -¡qué me iba yo a alegrar!- y ella me decía: -¡No es así! ¡Te tienes que alegrar! A ver, ¿cómo te alegras? -y es que ella era también la maestra de teatro. De manera que cuando terminé de leer con ella Platero y yo, me dijo: -Tu premio es que vas a ser actriz en la obra de teatro que vamos a montar. Esa obra no la montaban en primer año de secundaria, sino en tercero. Pero yo pasé directo de ahí a tomar un papel en la obra de teatro. Porque me había enseñado a leer, no solamente bien, sino interpretando a los personajes. La vida después de leer Después vi la vida distinta. Me había vuelto muy disciplinada porque mi hermano me estaba esperando a que llegara de la escuela para que me aprendiera las lecciones de memoria. Entonces, después de que aprendí a leer en la secundaria no me costaba trabajo realmente sentarme a estudiar. Estaba tan contenta de que ya había descubierto el chiste de la escritura y la lectura que me sentaba a estudiar y pasé a ser, de un cero a la izquierda, pues... ¡un número a la derecha! Sacaba muy buenas calificaciones. En esa época, en la escuela daban medallas y a fin de año tenía yo una medalla de una cosa o la otra. Para mí fue un cambio de vida rotundo. De que nadie me tomaba en cuenta, pasé a ser una alumna destacada. Y todo gracias a esta maestra que no era especialista, ni era terapeuta, ni sabía qué cosa era la dislexia, ni nada. El entrenamiento que ella me dio, me enseñó a leer la frase completa con la vista, ni siquiera la pronunciaba yo. Luego me regresaba reconstruyendo el lenguaje. Lo que no entendía, trataba de recomponerlo. Cada vez más y más, hasta que fui logrando leer de corrido. Y sobre todo entender. Porque de pronto estaba tan preocupada en poner las palabras en orden que no entendía la lectura. Después, ella me enseñó a reflexionar y no sólo a eso, sino a interpretar a los personajes.
Los premios de literatura
La maestra Silvia Molina recibió el Premio Xavier Villaurrutia 1977, por La mañana debe seguir gris; el Premio Nacional de Literatura Juan de la Cabada 1992, por Mi familia y la Bella Durmiente cien años después; el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 1998, de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, por El amor que me juraste; el Premio Leer es Vivir 1999, de Editorial Everest en España, por Quiero ser la que seré. Algunas de sus obras han sido traducidas a varios idiomas. -Cuando me dieron el Premio Xavier Villaurrutia, en 1977, me asusté mucho. Porque no había leído mucho, no había tenido las lecturas que había que tener. Por eso me asusté, pensé: me dan un premio que tiene mucho prestigio y yo no soy una persona que provenga del mundo de la literatura ni que tenga experiencia en ella. Me inscribí a la Facultad de Filosofía y Letras, porque había estudiado primero Antropología. Empecé poco a poquito. Me costaba muchísimo trabajo, por ejemplo la ortografía. Y me sirvió mucho estudiar la gramática francesa, aprendí cómo funcionaba la gramática española en la universidad, pero antes de eso, me ayudó haber estudiado la gramática francesa. "¿Y su mamá sabe?" Un vez encontré a una señora ya mayor en un avión y me contó su vida. Me dijo que tenía un hijo disléxico y que él no había hecho nada. Le dije: "¿Cómo, señora? Yo soy disléxica". Y me dijo: -¡Pero cómo! ¿Usted es disléxica y es autosuficiente? Y cuando le conté que era escritora, me dijo: -Bueno, ¿y su mamá sabe? Porque ella no sabía si mi mamá vivía o no. Le respondí: -Sí, mi mamá sabe. -Yo nunca hubiera pensado que una persona disléxica pudiera llegar a ser escritora. Me hubiera encantado que mi hijo hiciera algo. Le dije que hay diversos grados de la dislexia y quizá tuve mucha suerte. Pero bueno, aunque mi mamá ya había muerto, sí alcanzó a ver que yo había escrito.
Su mensaje a quienes enfrentan el problema de la dislexia
Sobre todo a los padres, que tengan mucha paciencia y que pongan a sus hijos en manos de los especialistas. Y a los niños que no se desesperen, porque hoy es un problema que se supera muy fácilmente. Tengo una hija disléxica y no sabía lo que le pasaba. Cuando me di cuenta fui a ver a la maestra y le dije: "¡Tiene lo mismo que yo!", toda asustada. La maestra me contestó: -¡Ay, señora, usted ni se preocupe! Si es dislexia, la vamos a pasar con la psicóloga de la escuela. La dislexia no se quita, pero se adquiere la capacidad de leer, y entender lo que se lee, con ejercicios. Y a los educadores les diría que, cuando detecten a un niño con problemas, es al niño a quien más atención le deben poner. Pero una atención verdaderamente cariñosa. Porque en mi época, cuando un niño tenía problemas, como no sabían qué hacer con él, lo pasaban a la fila de hasta atrás y seguían con la clase como si no existiera. A mí me pasó. Y no me daban ganas de esforzarme en nada porque no contaba en la escuela, porque era un problema. Creo que lo mejor que podían hacer los maestros, para la salud de su salón en general, para no perder tiempo y favorecer un ambiente agradable es darle una especial atención a ese niño o niña.Sus cuentos vistos por ella misma
Me gustaría que mis cuentos fueran una diversión para niños, padres y maestros. No escribo para enseñar algo. Todo lo que he escrito ha sido para entretener. Si ya después de eso pueden sacar de la lectura algunas cosas me parece muy bien, pero mi idea original no es enseñar absolutamente nada. Pero quiero que los niños puedan imaginar, soñar, reírse; sentir ternura o cualquier otro sentimiento, y que vean que la literatura es un lugar a donde pueden llegar a divertirse.
Numero 13
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este sitio por
cualquier medio o procedimiento sin la autorización previa, expresa
y por escrito de Grupo Edilar. Toda forma de uso no autorizado será
perseguida con lo establecido en la Ley Federal del Derecho de Autor
o cualquier otra legislacion aplicable.
Los artículos así como su contenido, su estilo y las opiniones expresadas
en ellos, son responsabilidad de los autores y no necesariamente reflejan
la opinión de Edilar, S.A. de C.V.