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Elena Garro (1920-1998)

LA PARTÍCULA REVOLTOSA*

Elena Garro ha quedado tan confundida con Octavio Paz que muchas veces resulta difícil separar su obra y su vida del nombre del poeta. “¡Ah, la que fue mujer de Paz!” es una frase que parece formar parte de su identidad. A partir de esa exclamación empieza la historia de amor y de odio que identifica a la pareja.
Lo cierto es que después de Andamos huyendo, Lola, que también tiene mucho de autobiográfica, la novelas de Elena Garro giran en torno a la figura del que fue su marido de 1937 a 1963, o sea veinticuatro años. Son un largo asedio, un alegato interminable, un carrusel incesante y nocturno, un caballito de noria que a vuelta y vuelta hace trizas toda posibilidad porque, más que ninguna otra escritora, Elena Garro tiene la estrella de la locura en los ojos. También la del encanto porque su seducción es infinita y su atracción ‘fatal’, aunque suene a título de película.

La peor maldición
Ella es la heroína de sus novelas: la Verónica de Reencuentro de personajes, la Mariana de Testimonios sobre Mariana […] la que todos miran, la autora de los días, el campo de batalla, la causante de las desgracias, el centro mismo del universo. Muchos la amaron con pasión sólo para convertirse en los dislocados personajes de su narrativa, hombres burdos, groseros, que la utilizaron sin comprenderla jamás. La peor maldición para un amante es convertirse en personaje de ficción de Elena Garro.
Los retratos que hace de sus sucesivos pretendientes son despiadados y, sin embargo, algo tienen de verdad. Verdadera Juana de Arco, fue ella quien hizo todos los trámites y el papeleo burocrático para los pobladores de Ahuatepec, un oasis en el que florecen las bugambilias, el maíz y la caña de azúcar, el arroz y el frijol. Elena luchó como poseída para que recuperaran la tierra que antes les había dado Emiliano Zapata.

La Juan Rulfo femenina
Con razón pudo escribir obras ligadas al campo y a la vida rural, cuentos y piezas de teatro de gran envergadura, notables por su autenticidad. Al igual que Juan Rulfo, Elena Garro sabía reconocer la voz de la tierra.

La fiereza del tigre
Rubia, con ojos cafés que según Octavio Paz tenían la fiereza del tigre para adquirir, al minuto siguiente, la súplica y la dependencia del perro, Elena Garro fue sin lugar a dudas una mujer singular. Había algo maléfico en su mirada. Siempre en

peligro, a su vez se volvió peligrosa. Su cabeza era su campo de batalla y allí se encontraban sus buenos pensamientos y sus malas intenciones. Tenía lo que suele llamarse duende, ángel, y que va mucho más allá que el sex appeal estadounidense. Su magnetismo era el del sol. Como lo sabía, se vestía con todos los colores del sol, del ocre al amarillo, y entraba a las vidas como un rayo de sol, aunque claro, los rayos del sol pueden calcinar y dejar en los huesos. Amarrada a sí misma, centrada en su yo, su prosa también era solar como en Los recuerdos del provenir, La semana de colores y Un hogar sólido, y reiterativa y lacia en la novelas de los últimos años: Testimonios sobre Mariana, La casa junto al río, Reencuentro de personajes, Inés, Y Matarazo no llamó.
Fue perdiendo fuerza al convertirse en una larga recriminación en contra de Octavio Paz, el verdugo, el acusador, el poderoso, el Augusto que todo lo puede frente a una criatura inerme e inocente de rubia cabellera (ella misma).
Hoy la partícula revoltosa, que produjo desorden sin proponérselo y actuó siempre inesperadamente a pesar suyo, divide el cielo entre insolados y apagados, castiga planetas, rivaliza con la Luna y se codea con ángeles rubios e intangibles como ella, le falta el respeto a Dios sin proponérselo y cae en las herejías más insólitas.

*Fragmentos del texto del mismo nombre de Elena Poniatowska en: Las siete cabritas.

 


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